El debate en las iglesias. 150 años antes del Sínodo, esclavitud y “ley natural”
Artículo de Andrea Grillo publicado en la revista semanal de la Diócesis de Adria-Rovigo La Settimana nº 8, con fecha 22 de febrero de 2015. Texto traducido por Blanca Chaves Ortega, Federica Maggiotto, Sheila Hernández Rodríguez y Carmen Romero Lorenzo. Revisión de Estefanía Flores Acuña
Mientras nos aproximamos al Sínodo Ordinario del próximo octubre, debemos considerar las secuelas que dejaron algunas intervenciones que –desde mucho antes del Sínodo Extraordinario y luego durante su celebración, además de en los análisis que lo siguieron– evocaron, con tonos dramáticos, el peligro de “traición a la tradición” y la pérdida potencial de fidelidad al depositum fidei. Para calmar a estas voces alarmistas es útil volver a empezar con unas palabras muy significativas pronunciadas por el papa Francisco en su famosa entrevista[1] concedida a La Civiltà Cattolica, revista quincenal fundada por la orden franciscana:
[…] ciertamente la comprensión del hombre cambia con el tiempo, y la conciencia de sí mismo se hace más profunda. Pensemos en cuando la esclavitud era cosa admitida y cuando la pena de muerte se aceptaba sin problemas. Por tanto, se crece en la comprensión de la verdad. Los exegetas y los teólogos ayudan a la Iglesia a madurar su propio juicio. La visión de la doctrina de la Iglesia como un monolito que debe defenderse a toda costa sin matices es errónea[2].
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La cabaña del tío Tom
Es relevante que esta declaración haya sido publicada por la revista de los jesuitas, cuya historia forma parte, con pleno derecho, de ese “cambio” en el que la conciencia de la Iglesia se afina y se hace más profunda. En este lento camino de “refinamiento”, es preciso reexaminar no solo las ideas, sino también las modalidades de la argumentación y los datos de la experiencia. El ejemplo citado por el papa Francisco debe invitar a reflexionar sobre cómo en el pasado la esclavitud era admitida y encontraba su justificación en la “ley natural” de la misma Iglesia. El prejuicio más grave se ocultaba y se sustentaba en una supuesta “evidencia natural”.
Resulta útil consultar dos textos antiguos, muy ilustrativos. En la misma revista jesuita que hoy publica las entrevistas proféticas del papa Francisco, apareció en 1853 la reseña de un libro que corría el peligro de aparecer en el Índice expurgatorio de la época, La cabaña del tío Tom. En esta reseña, “La schiavitù in America e la Capanna dello zio Tom”,[3] se comentaba con amarga ironía la cuestión de la esclavitud, añadiendo una serie de consideraciones a propósito de la “servidumbre”. El libro, a pesar de ser considerado “no perjudicial”, provocó estas terribles palabras:
El esclavo negro o de otro color que no sea blanco es, como el mancipio en la época de los romanos, en esencia, no persona sino cosa, aunque (obviamente) cosa viva y semoviente… Una raza, digamos, que se sitúa en el último escalafón de la especie humana, en la tez tan negra que avergüenza al ébano, en el cabello lanoso e hirsuto, en la cara aplastada y extrañamente obtusa, en el ojo que, cuando no es estúpido, o es feroz o te revela una astucia vulpina, en las facultades intelectuales lentas, limitadas, totalmente inertes… De esta manera, en ellos la condición de esclavitud parece corroborar lo que la naturaleza estableció; y la repulsión que las otras razas sienten al acercárseles parece condenarlos a una esclavitud eterna. Ahora cada uno observa que dichas diferencias no se eliminan con los artículos de los códigos. Sea admitida legalmente o no la esclavitud en un Estado de la Confederación, lo cierto es que un blanco no se sentará jamás en la misma mesa que un negro, ni querrá subir a un carruaje con él o compartir el mismo banco, ya no solo en el teatro, sino tampoco en la iglesia…
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La decimotercera enmienda
Del mismo modo, una instrucción[4] publicada trece años después por la Sagrada Congregación del Santo Oficio, establecía lo siguiente:
A pesar de que los Romanos Pontífices hayan intentado por todos los medios abolir la esclavitud en todos los pueblos, y a esto se le deba principalmente el hecho de que, desde hace varios siglos, ya no existan esclavos en muchos pueblos cristianos, sin embargo […] la esclavitud, de por sí, no es totalmente contraria ni al derecho natural ni al derecho divino, y puede haber varios motivos justos según la opinión de renombrados teólogos e intérpretes de los cánones sagrados. De hecho, la posesión del esclavo por parte del patrón no es más que el derecho a disponer de forma perpetua del servicio del siervo para sus propias necesidades, ya que es justo que un hombre cubra las necesidades de otro. Como consecuencia, el hecho de que el siervo sea vendido, comprado o regalado no es contrario ni al derecho natural ni al derecho divino. Por lo tanto, los cristianos… pueden comprar esclavos, o entregarlos como pago, o recibirlos como regalo, de manera lícita, siempre y cuando estén moralmente seguros de que dichos siervos no hayan sido ni arrebatados a su legítimo patrón ni arrastrados injustamente a la esclavitud…puesto que no es lícito comprar, sin el permiso del dueño, los bienes ajenos obtenidos mediante el robo.
Por último, podemos reconocer, en una reciente película de éxito como Lincoln, dirigida por Steven Spielberg, la meticulosa reconstrucción de la abolición formal de la esclavitud en EE.UU., mediante la aprobación de la decimotercera enmienda, el 31 de enero de 1865. Para llegar a este logro histórico, hace 150 años, fue necesario un choque de argumentos y fuerzas muy grande.
Hoy parece que hemos adquirido el “valor”, pero el método aún parece bastante oscuro. Es curioso escuchar, en su discurso en la Cámara de Representantes, cómo un honesto “defensor de la esclavitud” planteaba el efecto “reacción en cadena” que podría desencadenar la aprobación de la decimotercera enmienda: «La ley natural impone la diferencia entre blancos y negros ante la ley. Si hoy equiparásemos a los negros con los blancos, mañana los negros querrían votar, y al final, terminarían por pedir el voto… ¡incluso las mujeres!».
Ciento cincuenta años después de esas gravísimas declaraciones, en el Sínodo de los Obispos que se está preparando, se deberá evitar recurrir a estos zafios argumentos, que ya no se aplican a la esclavitud, sino a familias rotas, a familias reconstituidas y a parejas de hecho.
A quien recurra a argumentos parecidos y plantee tales “reacciones en cadena”, es posible que, dentro de 150 años, se le mencione como una persona –ya sea laico o clérigo, filósofo o teólogo− que vivía en una época que ahora resulta del todo incomprensible. Sin embargo, no es necesariamente cierto que la inadecuación de este enfoque no pueda saltar a la vista ya hoy, 150 años antes…
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[1] Spadaro, A., “Intervista a papa Francesco”, La Civiltá Cattolica, 3918/III (2013), 449-477, aquí 475-476
[2] Extracto traducido por ACI Prensa http://www.aciprensa.com/entrevistapapafrancisco.pdf
[3] “La esclavitud en Estados Unidos y la Cabaña del tío Tom” (traducción nuestra, La Civiltà Cattolica, 1853, IV, 2, 2, 481-499).
[4] Instrucción del 20 de junio de 1866 publicada por la Sagrada Congregación del Santo Oficio, aprobada por el papa y recogida en Colectanea S. Congregationis de Propaganda Fide seu Decreta Instructiones Rescripta pro apostolicis Missionibus, vol. I, Roma, 1907, p. 719 (texto en latín traducido)
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Texto original: 150 anni prima del Sinodo, schiavitù e “legge naturale”