Acompañando a un/a homosexual. La Pastoral de la Diversidad Sexual
Por María Eugenia Valdés* (religiosa del Sagrado Corazón de Jesús), rscj; Pedro Labrín*, sj (sacerdote jesuita); y Tomás Ojeda G.* (psicólogo clínico infanto-juvenil); territorioabierto.jesuitas.cl (Chile), 31 de mayo 2012
Esta columna pretende ser un medio para reflexionar en torno al modo en que habría que pensar la escucha dentro de un contexto de acompañamiento espiritual. Específicamente, cuando la materia de acompañamiento tiene que ver con temas relacionados con identidad y orientación sexual, ya sea en el nivel de la duda y la exploración, o en el nivel de la certeza y confirmación.
Esta delimitación permite definir los alcances de este escrito y sus destinatarios: sacerdotes, religiosas, laicos/as que acompañan a otros/as o que buscan un espacio de acogida personal, agentes pastorales y de formación cristiana, entre otros/as.
Nos parece importante reflexionar sobre este tema por su relevancia pastoral en contextos institucionales, así como también por los efectos que tiene la situación de acompañamiento sobre personas concretas que han experimentado la exclusión y discriminación por compartir con otro algo íntimo e irrenunciable. Muchas de las declaraciones que se escuchan desde el clero y el laicado potencian la imagen de una Iglesia que pareciera no acoger ni hablar sobre el tema, y que, además, presentarían como incompatibles la experiencia de fe dentro de la Iglesia con la posibilidad de abrazar una orientación sexual distinta a la heterosexual. Nuestra experiencia sería distinta y quisiéramos compartir algunos criterios, claves para orientar la escucha y pensar el acompañamiento.
Son muchas las variables en juego. Optaremos por algunas, dejando otras de lado. Lo primero sería describir la situación misma. Algunos/as acuden conflictuados con la norma y movilizados desde la culpa, otros/as necesitan una palabra que confirme lo que están viviendo, que acoja y escuche sin enjuiciar la propia experiencia; están los/as que desafían a la Institución que una y otra vez los/as excluye, insulta y maltrata; los/as que necesitan que Dios esté de su lado y los/as que quieren “sanarse” de una situación que perciben como dolorosa y desordenada. Hay que escuchar esto de entrada, aun cuando el compartirlo implique un tiempo largo de encuentros preliminares. Este primer contexto sitúa la relación de acompañamiento, las expectativas y los términos en que se encuadrarán los encuentros.
¿Cómo orientar la escucha dentro del contexto de una relación de ayuda? ¿Cuáles son las características de esa escucha, del espacio, la acogida? ¿Qué lugar tiene lo diverso en materia de prácticas y orientación con respecto a lo sexual?
Lo primero sería reconocer los propios límites y los prejuicios que tengo frente a situaciones humanas que posiblemente no puedo sostener con mi escucha. Los conflictos personales o institucionales que puedo tener con la norma y las concepciones dogmáticas sobre la naturaleza, la verdad y lo normal; las preguntas que se instalan a propósito de mi propia sexualidad y mi conocimiento sobre el tema, tanto a nivel académico como experiencial.
Al respecto, resulta relevante cuestionar un supuesto pastoral que pareciera operar como obstáculo al momento de pensar el acompañamiento en este tipo de situaciones. ¿Qué hacer con el Magisterio y el Catecismo? ¿Qué lugar ocupa la consciencia como principio de discernimiento? Ambas preguntas debiesen responderse en función del crecimiento del otro dentro del contexto de una relación fundada en el amor, el cuidado y respeto por la vida de quien expone su intimidad. El Magisterio está al servicio de una acción pastoral concreta y debe pensarse como buena noticia, palabra que anima y reconoce en dignidad a quien se me presenta como igual: hijo e hija de Dios. Es una referencia que tiene como foco de atención a la persona, su historia y contexto; es un medio que orienta y encuadra, no es la última palabra ni el único criterio de verdad.
Con todo, habría que preguntarse por el modo en que a mí me gustaría ser acogido/a y generar un ambiente que facilite que el otro pueda expresarse, decirse y rehacerse. Es la verdad del otro lo que está en juego: su intimidad, un relato que ha costado decirse y que, posiblemente, cueste también formularse a otros. Frente a aquello, no me cabe más que escuchar, sin interrumpir, sin suponer, suspendiendo el juicio y abriéndome a la novedad que esa otra persona tiene que mostrarme, arriesgando la palabra en momentos donde resulta necesario ponerle nombre al dolor, el sufrimiento y la rabia. Resulta importante que la persona pueda reconocerse aceptada con su verdad, con lo que es, que no reciba del acompañamiento una sensación de juicio, distancia y cuestionamiento, sino más bien una palabra de acogida que se sostenga de manera incondicional. Esto último resulta fundamental, ya que muchas veces la promesa del “amor incondicional” se pone a prueba en el “decir o no decir”, por lo tanto, la palabra de quien acompaña debe comprometerse con la posibilidad de que el otro crezca en dignidad, se desarrolle y plenifique como persona.
Poner sobre la mesa el tema de la propia identidad (sexual o de género) supone cierta complejidad y grado de conflicto. Quienes se sienten rechazados o han tenido experiencias reales de exclusión tienen derecho a tomarse su tiempo, quizás poner a prueba la confianza de quien se ofrece como garante de una escucha y acogida incondicional: es volver a realizar un camino de conquista, de lucha personal, de “domesticación” que acoja la experiencia de “maltrato” y repare todo lo que, en materia de confianzas, se ha vulnerado. En esto, la palabra oportuna que denuncia, rectifica y confirma tiende a ser una buena estrategia. Necesitamos caer en la cuenta de aquello que está brotando en ellos/as, las heridas que han debido sanar, la rabia y la pena de sentirse una vez más cuestionados por quienes se supone que representan una palabra de aliento, consuelo y esperanza.
Insistimos en la necesidad de complejizar y re-pensar la praxis del acompañamiento espiritual, integrando la situación de duda o certeza de quienes traen la pregunta por su identidad sexual o de género. Estamos convencidos que esto debiese tematizarse en los programas de formación de quienes se posicionan como acompañantes o “consejeros” espirituales. Una escucha prejuiciada, temerosa y “normativa”, genera efectos perjudiciales sobre quienes desean seguir a Jesucristo y confirmar su vocación cristiana dentro de la Iglesia. Ojalá no sean nuestras dudas y temores la fuente desde donde respondemos, sino más bien nuestra fidelidad al Evangelio, el respeto y cuidado que merece toda persona, y nuestro compromiso con la vida – la creación – en toda su diversidad.
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* Pedro Labrín es sacerdote jesuita y actualmente trabaja como asesor eclesiástico nacional de CVX; María Eugenia es religiosa del Sagrado Corazón de Jesús y colaboradora de la Pastoral Juvenil y del equipo de Ejercicios Espirituales de la Compañía de Jesús; Tomás Ojeda G es psicólogo clínico infanto-juvenil y actualmente se desempeña, entre otros trabajos, como encargado de formación de CVX Secundaria.