Acompañar espiritualmente en las fronteras existenciales: las personas homosexuales creyentes
Documento final del Curso de formación para agentes de pastoral “Acompañar espiritualmente en las fronteras existenciales: las personas homosexuales creyentes”, celebrado en la Casa Jesuita “Sacro Cuore” (Galloro, Italia) entre el 17 y el 19 de abril de 2015, traducción al español Julián Muñoz Pérez
Quien se pone a disposición de acompañar espiritualmente a las personas homosexuales [1] debe ser consciente de que se mueve en una auténtica zona de frontera. En la frontera entran en contacto dos diversidades (de lenguaje, cultura, instituciones, normas, etc.) que bien pueden encontrarse pacíficamente (frontera-umbral), o bien enfrentarse hostilmente (frontera-muro). La segunda actitud provoca la marginación y la pobreza que caracterizan a las periferias existenciales (donde el que tiene poder niega al otro el reconocimiento y el derecho a una existencia digna, expulsándolo a los márgenes).
Desde hace un tiempo, la comunidad católica considera el “territorio” de la realidad homosexual como extraño y otro; incompatible tanto en el plano del comportamiento como en el de la mera orientación (“inclinación objetivamente desordenada”, CCE 2358). El “mundo” homosexual (es decir, las personas homosexuales que han desarrollado una cierta conciencia de sí mismos), por el contrario, a partir de esta posición doctrinal y apoyándose en las conclusiones de la ciencia (como la supresión de la homosexualidad del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales [DSM]), considera impropia y contraria la visión católica; es más: se acusa al mundo católico de promover el estigma social que ha sufrido siempre la condición homosexual. Por eso esta frontera se caracteriza por un alto grado de conflictividad.
Es esta una frontera conflictiva que atraviesa desgarradoramente el interior del creyente homosexual (en particular, del católico), quien por naturaleza se siente parte del “mundo” homosexual y cuya fe reivindica una pertenencia eclesial; una conflictividad “interior” que pone duramente a prueba la capacidad física y –sobre todo- espiritual de la persona, la cual se ve en no pocas ocasiones tentada de llegar a un compromiso fácil, pero trágico: renunciar a su afectividad con tal de permanecer en la Iglesia católica, o bien renunciar a la Iglesia católica en aras de vivir sin cortapisas su propia afectividad. Quien se pone a disposición de acompañar espiritualmente a las personas homosexuales debe tener esto muy en cuenta.
En particular, esta frontera entre la realidad homosexual y la comunidad católica se caracteriza por:
• la falta de un lenguaje común. El “mundo” homosexual emplea el lenguaje de la ciencia y de los derechos civiles; el contexto católico recurre a un idioma moral y doctrinal. Se echa de menos una antropología común de referencia que abarque los diferentes enfoques y, sobre todo, una disponibilidad a buscarla conjuntamente;
• la falta de un verdadero conocimiento de los respectivos “territorios” (consecuencia de lo expresado en el punto anterior), de modo que se da preferencia a lo que se ha oído decir frente a la experiencia directa, o –lo que aún es peor- se mantiene una caricatura del otro basada en contenidos no verdaderos o en todo caso deformados. De hecho, no se permite al otro – recíprocamente – decirse y así constituirse en interlocutor válido;
• el miedo, fruto del desconocimiento mutuo;
• toda una serie de actitudes típicas de una frontera no-integrada, generadas por el miedo: no escucha, pre-juicio, cerrazón defensiva (pues en ocasiones el ataque es la mejor defensa) y demonización del otro, llegando incluso a la violencia (sea homofobia, sea catolicofobia), etc.
El acompañante con buena disposición y sinceramente animado por motivos evangélicos deberá escrutarse necesariamente a sí mismo para detectar si su aproximación a estas realidades pudiera estar contaminado por alguna de las actitudes mencionadas, en un sentido o en el otro.
La imagen bíblica de Felipe que sale al encuentro del funcionario eunuco de la reina Candace (Hch 8, 26-40) nos proporciona algunas pistas importantes acerca de la actitud y el camino personal del acompañante. A Felipe lo invita el ángel a ponerse en camino (es él quien se acerca al funcionario, no al revés). Se encuentra con este extranjero, de otro territorio/pueblo, fascinado por las Escrituras de Israel: Dios ya está hablando al funcionario, y él, por su parte, está atravesando ya la frontera. El Espíritu empuja a Felipe a continuar adelante, a arriesgarse a abandonar el equilibrio del status quo para abrirse a lo nuevo-de-Dios; y luego le pide que se acerque al carro, que se haga compañero de viaje del funcionario, que recorra junto a él un trecho de su camino, del camino que Dios ha pensado para él. Por último, el bautismo indica, entre otras cosas, la incorporación a la comunidad eclesial. De este modo, Felipe acepta entrar en el “territorio” del otro (su carro, su condición y su viaje) saliendo de sus propios “límites”; escucha las preguntas del extranjero, en las que encuentra un canal de comunicación común, sobre todo gracias al hecho de que la Palabra de Dios ya estaba operando en el corazón del otro… y lo introduce en una nueva realidad, en un nuevo pueblo de Dios. Será una tarea ulterior de Felipe la de ayudar a la naciente comunidad cristiana a tomar conciencia de que ella misma es pueblo de Dios también para “extranjeros” como el funcionario eunuco de la reina Candace.
A partir de esta sencilla referencia a Felipe ,y de todo lo que se ha dicho hasta ahora, se trasluce que el acompañamiento en esta situación de frontera específica debe moverse en dos direcciones:
1. Acompañar a la persona homosexual en su camino espiritual y eclesial, como expresión de la atención pastoral de la Iglesia a las personas.
2. Acompañar a la comunidad cristiana para que pueda recorrer el camino de Felipe y volverse más acogedora e inclusiva, sin renunciar al verdadero contenido del anuncio evangélico, sino poniéndolo realmente en práctica.
Por este motivo nos parece que un acompañante que quiera desempeñar esta misión debe cuidar su formación especialmente en tres ámbitos:
1. Formación humana, psicológica y social (sin volverse un “especialista”).
2. Formación bíblico-teológica para lograr una correcta exégesis de los textos bíblicos y para captar el verdadero espíritu de las afirmaciones del magisterio, más allá de la letra (esto es, advertir la evolución de la postura del magisterio acerca de las personas homosexuales).
3. Fuerte sentido eclesial.
A partir de esta formación previa, cabe preguntarse:
¿Qué tipo de acompañamiento hay que ofrecer a la persona homosexual?
• Escucha de la experiencia personal, ayudándola a expresar y contar todo aquello que por mucho tiempo parecía “indecible”; y especialmente a verbalizar los sentimientos (rabia, tristeza, angustia, desesperación, miedo… junto a esperanza, deseos, sueños…).
• Atención a la globalidad de la persona en todas sus dimensiones (no solo espiritual, sino también psicológica, relacional, etc.), frecuentemente dañadas o inhibidas por la experiencia de estigma social que ha sufrido. En ocasiones puede resultar útil servirse de la ayuda de especialistas de confianza.
• Liberar a la persona de las falsas imágines de Dios (y de sí mismo en relación con Aquel), promoviendo un contacto personal con Él (Escrituras, oración, etc.). Si el camino espiritual auténtico consiste en la progresiva configuración de la persona a imagen de Cristo según la naturaleza de cada uno, ¡cómo no ha de ser importante recibir una imagen de Él no distorsionada!
• Formar la conciencia, acompañando a la persona en un camino espiritual de curación/conversión/liberación interior para promover después su capacidad de discernimiento de la verdadera voz de Dios y del camino personal que el Señor ha pensado para su vida, en la Iglesia y el en el Mundo (la experiencia de Pedro con Cornelio en Hch 10, unida a la dinámica de discernimiento espiritual del Concilio de Jerusalén de Hch 15, puede ser muy esclarecedora; cfr. R. Fabris, Atti degli apostoli, Brescia 1982, p. 126). Una conciencia rectamente formada es verdaderamente la última instancia del juicio ético.
En este tipo de acompañamiento juegan un papel determinante (aunque no exclusivo) los numerosos grupos de homosexuales creyentes repartidos por toda Italia. Conviene que el acompañante conozca la realidad de estos grupos; que valore la posibilidad de proponerla a la persona homosexual acompañada; e incluso en ciertas circunstancias el acompañante espiritual podría colaborar directamente con alguno de ellos –en caso de que todavía no formara parte o fuera “animador-, pues la experiencia de “grupo” puede ser “terapéutica”, por un lado, y, por otro, suponer una primera forma de experiencia “eclesial”. Además, estos grupos pueden dirigirse a los homosexuales no creyentes, convirtiéndose a su vez en sujetos de evangelización en contextos típicos de este “territorio”.
¿Qué tipo de acompañamiento hay que ofrecer a la Comunidad Eclesial para que pueda vivir esta frontera como “umbral”, con un estilo de acogida evangélica?
Tras el encuentro de los dos discípulos de Emaús con Jesús resucitado, la comunidad de Jerusalén recibe su testimonio… pero no está aún preparada para acogerlo y comprenderlo en profundidad: se mantiene aún en la duda y en el miedo, no está lista para recibir al resucitado en esta nueva forma de Vida (Lc 24, 35-48). Es entonces el mismo Jesús el que acompaña a la comunidad, visitando y escuchando la turbación de los discípulos, mostrando su humanidad transfigurada. También nuestras comunidades necesitan ser auxiliadas en el itinerario para re-pensar evangélicamente la realidad, en la capacidad para escuchar la experiencia de fe de las personas en las que el resucitado ya se ha hecho presente de un modo inédito.
Así, el acompañante de personas homosexuales puede ser promotor de una nueva actitud de la Comunidad eclesial hacia las personas homosexuales creyentes que desean compartir su experiencia personal de fe: aun siendo imperfecta y parcial, esta experiencia es siempre un lugar existencial en el que el resucitado se hace presente. ¿Qué podría hacer entonces el acompañante espiritual? A modo de pequeño ejemplo:
• Promover o requerir – con prudencia, respeto… y valentía – una mayor formación de los ministros (presbíteros, obispos) y de los agentes de pastoral en este tema específico, ya sea desde el punto de vista psicológico, ya sea desde el bíblico-teológico y pastoral (¡cuántos abusos psico-espirituales son responsabilidad de los ministros! Lamentablemente ¡también en el ámbito del sacramento de la reconciliación o en su fuero interno!)
• Promover la acogida comunitaria, en la pastoral ordinaria (y no ya de “frontera”) de las personas particulares y de los grupos de homosexuales creyentes. El hecho de que sobre algunas cuestiones doctrinales y morales no exista una unanimidad de perspectiva no significa que, desde la claridad, no puedan desarrollarse formas adecuadas de acogida o, mejor aún, de integración.
• Promover una nueva aproximación por parte de la misma comunidad eclesial.
• Considerar a la persona globalmente en cuanto tal, y no en tanto que “caso moral” (sexual en particular) o “caso social”, o peor aún, como “caso humano”…
• Vivir la Misericordia como “terapia” personal y comunitaria, donde no son los “justos” los que necesitan del médico, sino los “pecadores”; sabiendo que ante una “frontera” no-integrada todos somos pecadores. Para ello podría ser útil reconocer como comunidad el pecado de “homofobia” o, al menos, el de no-acogida.
• Promover un equipo de ámbito diocesano que sea competente en esta forma de acompañamiento según las diferentes dimensiones, para que los agentes locales individuales (sacerdotes, catequistas, responsables, etc.) puedan acudir a ellos en busca de ayuda.
• Promover una atención especial en los siguientes ámbitos particulares:
– Familia: hijos (¿Cómo ayudar espiritualmente a los padres de un hijo homosexual? ¿Cómo ayudar a un hijo a comunicar su orientación sexual? ¿Qué ayuda o atención prestar a los hijos de personas o parejas homosexuales?) y cónyuges (¿Cómo ayudar a parejas en las que uno de los dos cónyuges descubre su propia homosexualidad tras el matrimonio? ¿Qué papel juega Dios en estos procesos? ¿Se puede pensar en una formación o un acompañamiento para las relaciones estables entre homosexuales?).
– Adolescentes y Jóvenes: acompañarlos en sus miedos, sus dudas, sus angustias al descubrir una orientación homosexual, de modo que se les ayude a vivir su crecimiento afectivo (incluido el enamoramiento) en la normalidad y la espontaneidad adolescentes de las confidencias entre amigos y del sentido de pertenencia a un grupo que los acoge; todo ello tanto individualmente como en los ámbitos de socialización eclesial y no eclesial (grupos parroquiales, asociaciones eclesiales, escuela, etc.)
• Promover una reflexión y una formación objetiva, científica y teológico-espiritual sobre asuntos particulares como:
– identidad de género (¿será posible lograr alguna vez un discurso sereno que ponga en el centro a las personas y no las ideologías?)
– salida del armario/clóset (¿qué valor espiritual se puede asignar a este acontecimiento fundamental para la identidad de la persona?)
– relaciones de pareja (se puede hablar de amor homosexual y de derecho al mismo?) [2]
• Promover la incorporación plena de las personas homosexuales en la pastoral ordinaria, para convertirlos en agentes pastorales en los ámbitos más diversos, junto a todos los otros que forman la comunidad cristiana. Lógicamente esto es en buena parte posible ya hoy… pero a la persona homosexual se la invita a no manifestar públicamente su orientación afectiva, promoviendo una actitud hipócrita no solo de la persona, sino de toda la comunidad cristiana.
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[1] Para indicar la complejidad de esta realidad existencial, actualmente se usa el acrónimo LGBT (lesbian, gay, bisexual, transgender).
[2] Resulta paradójica una perversa consecuencia de una cierta aproximación católica a la cuestión de las uniones entre homosexuales (y no homosexuales, dicho sea de paso): si una persona mantiene relaciones ocasionales y promiscuas, en teoría puede confesarse cada vez –y comulgar- si mantiene el propósito de no continuar con dicho comportamiento… Pero se sabe que, por la debilidad de la naturaleza –o quizás también a causa de una cierta compulsión- tales propósitos de enmienda no son observados a menudo; sin embargo, aún cabe la posibilidad de confesarse de nuevo –y comulgar. En cambio, si una persona madura el deseo de vivir de modo estable en una relación afectiva de asistencia mutua, con un cierto compromiso de fidelidad y entrega personal recíproca –ya sea homosexual o conviviente/divorciado heterosexual- ni siquiera puede acercarse al sacramento de la reconciliación, y mucho menos a la comunión eucarística (pues vive en una relación afectiva estable que no es el matrimonio-sacramento) Desde un cierto punto de vista esta perspectiva privilegia o incentiva el comportamiento de promiscuidad sexual entre los fieles, en lugar del compromiso de fidelidad y de estabilidad relacional afectiva –aun fuera del matrimonio-sacramento. Si de modo alguno es posible reconocer la finalidad “procreativa” en la relación homosexual, ¿se podría al menos reconocer la bondad de la “unitiva” entre las dos personas? De esta manera se reconocería una cierta dignidad a la relación estable homosexual: la dignidad de poder definirla como “amor” y de poder tener derecho a tal relación.
Texto Original> Accompagnare Spiritualmente nelle Frontiere Esistenziali: le persone omosessuali credenti
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