Al borde del camino. Ser testigos de un Dios que se hace próximo
Sermón del evangelio de San Juan, 15:26-16:4, pronunciado por el pastor baptista Raffaele Volpe, Iglesia Baptista de Florencia (Italia), 24 de mayo de 2009
«…Estamos llamados a obrar como el buen samaritano al borde del camino de la vida», afirmó Martin Luther King.
A obrar al borde del camino, en estos tiempos, cuando llegue la hora (para utilizar las palabras exactas del evangelista San Juan); un borde que cada vez es más peligroso.
Un borde que se convierte en dos orillas separadas por el mar Mediterráneo: en una parte se encuentra un grupo donde la mayoría se siente satisfecha y preocupada; en la otra, un grupo en el que la mayoría está muerta de hambre e inquieta.
Un borde que se transforma en el margen que separa a los últimos de los primeros en la tierra. Margen que margina a los que exigen tener, al menos, las migas de pan que caen de nuestras mesas.
Estamos llamados a obrar como el buen samaritano al borde del camino de la vida. Un borde que cada vez se hace más amplio, un borde que se convierte en muro, un borde protegido por soldados armados.
Cuando llegue la hora, los que están saciados se preocuparán de que los que están muertos de hambre no pongan en peligro su tren de vida. Es verdad que no podemos acogerlos a todos. Pero no existe ninguna razón por la que nuestra mala conciencia condene a esta muchedumbre hambrienta.
No existe ningún motivo para que nos sintamos satisfechos y no culpables porque hayamos devuelto a una barcaza de desterrados a la tierra prometida de su muerte.
Estamos llamados a obrar como el buen samaritano al borde del camino de la vida: este es nuestro deber como cristianos. Estamos frente a una necesidad: no solo debemos ser simples testigos, sino que debemos ir más allá.
Cuando llegue la hora, debemos ser portadores de otro testimonio que vaya más allá del testimonio obligatorio de cada día.
Un testimonio alejado del amor de Dios, que desequilibre un poco nuestra existencia y que nos exponga, como a los profetas, al ludibrio y al desprecio propio de los que se sienten satisfechos.
Y Martin Luther King continua así: «…un día llegaremos a ver que todo el camino de Jericó debe cambiarse para que hombres y mujeres no sean constantemente golpeados y asaltados a lo largo de su viaje por el camino de la vida.
La verdadera compasión es más que arrojarle una moneda a un mendigo; la verdadera compasión se da cuenta de que si existen mendigos cerca del edificio, este necesita una restructuración».
Sí, este edificio-mundo necesita una restructuración radical. Y nosotros, como fieles testigos de un evangelio que cambia todo lo que toca, no podemos permitirnos el lujo de la incertidumbre: debemos predicar y cumplir ese evangelio. Porque no basta solo con predicarlo.
Cuando llegue la hora, tenemos que tomar decisiones valientes, también abnegadas, para ser testigos fieles del amor de Dios, el mismo amor que lo llevó a la cruz.
De un amor que ha hecho daño a Dios, que le ha provocado el dolor más intenso y profundo: enfrentarse al sufrimiento humano.
Pero no estaremos solos cuando llegue la hora de predicar nuestro gran testimonio. Jesús nos prometió el Espíritu de la verdad. El Espíritu de la verdad en contraposición al espíritu de la mentira que azota nuestros tiempos.
El Espíritu del recuerdo en contraposición al espíritu distraído, que predica desde el púlpito y que es necesario olvidar. Pero ¿de qué es recuerdo el Espíritu? El evangelio de San Juan da una respuesta a esta pregunta: es el recuerdo de cómo Cristo fue odiado sin motivo.
Es necesario recordar esto: el odio sin motivo es el que crucificó a Jesús. El odio sin motivo que actualmente crucifica a otros que se parecen a Cristo.
El odio sin motivo que es la tinta con la que se ha escrito la historia de la humanidad. Y los mismos predicadores de ese odio, más tarde pasan a ser los predicadores del olvido. Odiad y después olvidad, parece que es el eslogan más en boga de estos tiempos.
Nadie puede odiar sin sucumbir ante el peso de su propio odio; por esta razón, el odio necesita del olvido, del descuido. «Olvida si quieres ser feliz». Pero el que olvida se expone a un nuevo odio.
Desde siempre, nuestra sociedad se ha compuesto de mujeres y hombres que no quieren recordar lo que ya ha sucedido: los primeros han hundido aún más abajo a los últimos.
¿Acaso no eran los más hundidos los leprosos que Jesús tocaba, sin ningún temor a enfermar? ¿Acaso no eran los más hundidos los marginados sociales que estaban en la puerta del templo pidiendo limosna? ¿Acaso no lo eran los endemoniados? ¿Acaso no lo eran las mujeres y los niños?
La historia de Jesús es la historia del Hijo de Dios que constantemente caminó por el borde del camino de la vida hasta que llegó a la cruz. Caminó por los confines del odio y de la marginación, por las orillas de la exclusión y el rechazo.
Y la Iglesia, cuando ha contado estas historias, se ha comprometido a recordar, a no olvidar. En la sociedad del olvido, el evangelio nos llama a ser buenos testigos que no olviden el odio y se esfuercen por reestructurar el mundo, junto a todos aquellos que ya se ofrecen a hacerlo.
Leía el testimonio de un pastor de Zimbabue publicado en una revista que la Unión Baptista envió a nuestras iglesias.
Este pastor describe las condiciones de miseria que existen en su país, donde enterrar a un muerto de cólera o de sida es algo imposible. Se continúa siendo pobre incluso después de muerto.
El pastor afirma: «Nuestro desafío es mantener viva la palabra de Dios en situaciones de desesperación y desánimo. En ellas las personas parecen creer, más que en la vida, en la inevitabilidad del dolor, las enfermedades y la muerte».
Creo que compartimos el mismo destino que el pastor de Zimbabue, el destino que Dios nos ha confiado: ser testigos de la palabra viva de Dios.
Debemos sentir hasta en lo más profundo de nuestro corazón que nuestra batalla y la batalla de los creyentes pobres de Zimbabue o de cualquier parte pobre del mundo, es una batalla común. Una batalla a favor de la dignidad de todos los seres humanos, de los derechos humanos que el mismo Dios escribió en la cruz, encarnándose en el cuerpo del Cristo rechazado y abandonado.
Permitidme otra cita del pastor de Zimbabue: «Una vez más, el Espíritu Santo nos empuja y obliga a descender de la montaña de la transfiguración al valle de las necesidades humanas».
El valle de las necesidades humanas nos llama a vivir nuestro testimonio desde los bordes del camino de la vida.
Nos llama a recordar a todos los que han olvidado que el odio da lugar a más odio. Nos llama a colaborar con el Espíritu de la verdad dentro de un mundo marcado por la mentira de la injusticia.
Nos llama a ser más valientes, más disponibles, más confiados, más generosos y más cristianos.
Amén
Texto italiano: Sul ciglio della strada. Essere testimoni di un Dio che si fa prossimo