Caravaggio frente al Gran Inquisidor
Texto de Ermanno Rea, publicado en La Repubblica, 22 de febrero de 2017, pág. 35. Traducción del italiano al español: Eleonora Zucchini, Eloísa Morales, Juan Estévez, Sandra Moreno Mora, Marina Moreno del Río, Teresa Borrero Través. Revisión: Estefanía Flores Acuña
Una parte de este monólogo se desarrolla en el taller de Caravaggio, en Roma, mientras el pintor observa con un cierto aire melancólico un gran lienzo blanco; la otra parte, en la sala de un tribunal de la Inquisición. Es un momento dramático para el gran artista. En un ataque de ira ha matado a un hombre. Tiene que huir a la fuerza de Roma, abandonar la casa en la que vive, a sus amigos más queridos, a sus mecenas y protectores. Y toda su vida le pasa por delante dolorosamente hasta ese día.
Frente al blanco lienzo sueña. Conjetura. Delira. Y recuerda. Recuerda haber sido sometido, tiempo atrás, a una especie de intimidante interrogatorio por parte de un viejo inquisidor frente a los miembros de toda la Sagrada Congregación. Es capaz de evocar su voz, sus mordaces palabras que lo invitaban a la obediencia, a la reverencia pasiva a la Santa Iglesia Romana. ¿Se trata de un recuerdo real? Quién sabe. Bien podría tratarse de un recuerdo imaginario, falso, el recuerdo de un acontecimiento que nunca llegó a suceder. De hecho, las crónicas de la época no registraron ningún tipo de interrogatorio entre Caravaggio y la Santa Inquisición.
(Caravaggio permanece sentado en el centro de la sala. El anciano inquisidor entra cojeando. Su rostro está surcado por profundas arrugas. Camina despacio, apoyándose en el brazo del vicario, un prelado claramente más joven).
EL INQUISIDOR: anochece pronto, hermano, y la humedad romana me da tanto miedo como la peste. Ojalá solucionemos esto pronto, aunque el hombre que tenemos que interrogar hoy es escurridizo como una anguila, un hueso bastante duro de roer. He pasado una noche horrible, en vela. El dolor de huesos no me ha dejado en paz. ¿Ves cómo camino? No hay nada en el mundo entero que me resulte tan molesto como el dolor de huesos. Temo haberme hecho demasiado viejo para seguir desempeñando el trabajo de inquisidor. Estoy cansado. Creo que ha llegado la hora de pasar el testigo. Gracias, ya estamos… (El vicario deja al inquisidor junto a una mesa detrás de la cual se encuentra un imponente sillón).
Reverendísimos Padres, aquí tienen a Michelangelo Merisi de Caravaggio, un pintor que goza de gran prestigio y, sobre todo, de importante protección. Sin embargo, nosotros no nos hemos reunido aquí para enjuiciarlo (aunque no nos faltarían los motivos para hacerlo). Estamos aquí para interrogarlo y amonestarlo, con la esperanza de que quiera rectificar y que se ponga sinceramente al servicio de la Santa Iglesia Romana, sin ofenderla fingiendo que la honra. (Murmullos).
Les ruego, hermanos, que controlen su mal humor. Bien sé que entre ustedes hay quien se encuentra particularmente indignado ante los comportamientos, tanto públicos como privados, de este poco ortodoxo individuo, autor de un ultrajante cuadro que lleva por título La muerte de la Virgen. Sé de sobra cuánto les perturba la visión de este lienzo, cuánto les indigna la pretensión del pintor de plasmar a la madre de Jesús, la Virgen, con las facciones de una mujer de vida alegre, de una prostituta suicida que se quitó la vida en las turbias aguas del Tíber.
Yo estoy de acuerdo con ustedes: esto es una provocación en toda regla que pone a prueba nuestro aguante. No solo porque suponga una injuria formal y blasfema a uno de nuestros símbolos más venerados, sino también, y sobre todo, por el significado metafórico de la representación, que, en lugar de ubicar a la divinidad fuera del ser humano, pretende hacerla intrínseca y connatural a él. Incluso en el caso de una prostituta. Hermanos, ese cuadro está cargado de un dramatismo empapado de pecado.
El cuerpo de la Virgen, con el rostro hinchado, la mano colgando y el vientre prominente, tiene las huellas de una muerte violenta, de un óbito privado de paz y consuelo. De entre los pliegues del vestido, asoman sus pies descalzos. En un primer plano, a la derecha del espectador, una mujer llora cabizbaja, casi parece que se pueden oír sus sollozos. Esta mujer es María Magdalena.
Alrededor de la Virgen se reúnen los apóstoles que se deshacen en lágrimas, también ellos van descalzos y marcados con la desnuda espiritualidad de los oprimidos. Es un cuadro verdaderamente sobrecogedor, de eso no hay duda. De tanto observarlo, acabas encontrándote en medio de toda esa gente, llorando con ellos, igualmente ataviado con una capa raída, los pies desnudos y respirando el polvo rojizo de un ambiente que está pintado de forma que recorre toda la paleta del carmín, el color de la desesperación.
Hermano, puedo leer en tus ojos la pregunta que te está atormentando. Te estás preguntando quién inspira al señor Caravaggio para tener esas rebeldes ideas. No hay duda: del apóstata de Nola, el hereje impenitente Giordano Bruno, al que llevaron al Campo dei Fiori, desnudaron, amarraron a un madero y quemaron vivo, según relató en su momento el Giornale dell’Arciconfraternita di San Giovanni Decollato [1], que no olvidó siquiera citar las letanías que cantaban los confortatori, sacerdotes que intentaban darle fuerzas y que desistiera en su obstinación. Estoy totalmente de acuerdo contigo. ¿No aseguró quizás el Nolano que la Naturaleza, incluso la más degenerada, no es más que Dios dentro de las cosas? ¡Pero no es esta su única perla, ha dicho muchas más! Por ejemplo, sobre María, negando su virginidad. Y ahora, siguiendo su mismo ejemplo, parece también hacerlo Michelangelo Merisi que, para representar a la madre de Cristo, ha tomado como modelo el cuerpo marchito de una meretriz suicida. Como ves, las conexiones entre estos dos personajes están a la vista de todos e intentar desmentirlas sería para cualquiera un gesto, cuando menos, temerario. Y sin embargo, ¡Caravaggio osa hacerlo!
Reverendos Padres, vivimos en un mundo de hipócritas que inevitablemente nos atienden con una gran sonrisa falsa en los labios que nosotros debemos ser capaces de desenmascarar, revelando su verdadera naturaleza perversa. Pero no con el único objetivo de castigar. Dicen que ya hemos castigado demasiado, que deberíamos moderar nuestra severidad e inclinarnos más por intimidar o, mejor aún, convencer. En cualquier caso, mostrar rasgos de magnanimidad… ¡Bah, como si no fuéramos ya bastante magnánimos!
________
[1] El Giornale dell’Arciconfraternita di San Giovanni Decollato era un documento que recogía con detalle los últimos momentos de las personas que habían sido condenadas a muerte y trataban de hacerlas rectificar en un último intento de salvación espiritual.
Fuente: Caravaggio al cospetto del grande inquisitore
> Para leer el libro electrónico GRATIS “Padres afortunados. Vivir como creyentes la homosexualidad de los hijos”, haga clic aquí