Cuando mi hijo ha dicho: ”amo a un chico”
Testimonio de Dea Santonico* publicada en el libro Padres afortunados. Vivir como creyentes la homosexualidad de los hijos, Asociación “La Tenda di Gionata” (Italia), 2019, 2019, traducido por Vincenzo Guardino, revisión de Margarita Benedicto (Crismhom cristianas y cristianos de Madrid Lgtbi+H, Espana), páginas 7-10
7 de mayo de 2016. Es sábado. Nos espera una noche especial. Por primera vez somos invitados a un restaurante por Marco, nuestro hijo y Laura, su novia. No es un sitio cualquiera, es el lugar en el que celebrarán su fiesta de boda. Faltan solo dos meses y quieren compartir con nosotros una noche allí, en el lago de Martignano. Llegamos al ocaso. Paseo por la pradera cerca del lago y luego nos espera una mesa para cinco, nuestra familia entera: además de Marco y Laura, nosotros dos, los padres y Emanuele, nuestro otro hijo. ¡Especial la cena y mágico el lugar! Una bella noche que, yendo hacia el coche pensábamos que había concluido ya.
Entramos en el coche, los chicos detrás. Antes de marcharnos, Emanuele sentado detrás de mí, dice: “también yo tengo una bella noticia que comunicaros- por lo menos para mí es bella- hace dos meses que salgo con un chico, se llama G. Yo lo sabía desde hace tiempo…”
Él lo sabía, nosotros no. Ninguno de nosotros lo sospechaba. Esta era su bella noticia, pronunciada con miedo en el corazón, de que para nosotros no fuese también bella. Cala el silencio durante unos largos instantes, luego soy yo el que lo rompe: ”Emanuele, tengo que abrazarte”.
Salgo del coche, el tiempo de abrir la puerta trasera y lo encuentro llorando de una forma que no tengo palabras para describir. Expresaba todo el dolor escondido durante años, junto a un infinito sentimiento de liberación: había conseguido compartir con nosotros un peso que durante mucho tiempo había llevado solo. Nos abrazamos y ese dolor lo siento, lo siento todo, me atraviesa todo el cuerpo. Después son el padre, Marco, Laura…No son necesarias las palabras para decir lo que sentimos.
“Ahora necesito estar diez minutos a solas, luego vuelvo” y se aparta en la oscuridad. Tras unos instantes de duda, Marco lo alcanza. Siempre me conmueve la relación que Marco tiene con él, desde que tenía cinco años y esperaba que su hermanito saliera de mi barriga. Nos quedamos en el coche los tres. Casi sin darnos cuenta nuestras manos se entrelazan. Miro a mi marido y lo acaricio, sé que para él será más difícil que para mí. Cuando Marco y Emanuel vuelven, nos vamos.
”Ahora piensa en terminar la tesis y graduarte. En este tema tenemos que crecer juntos”. Creo que es lo mejor que el padre ha podido decirle. Lo más sencillo y verdadero. Aquella noche a Emanuel lo he parido una segunda vez: he sentido fluir dentro de mí y pasar por todo el cuerpo la fuerza de la vida que renacía del dolor.
Este es mi recuerdo de aquella noche de hace dos años. Otros recuerdos habitan el corazón de quien ha compartido conmigo esa experiencia. El recuerdo de la conmoción en el rostro de Emanuel mientras hablaba, percibida por quien estaba sentado en los asientos de atrás del coche y de las caricias que le han acogido y acompañado antes de mi abrazo. Y aquel silencio, para mí demasiado largo y que para otros tal vez no existió…”también yo quiero abrazar a este hijito”– las palabras del padre que vuelven a la mente de Emanuele. El recuerdo que llevan dentro los dos hermanos, de aquel momento de más de diez minutos que han vivido juntos cuando se han alejado del coche. Y luego el recuerdo del padre, en su testimonio durante una vigilia de oración. Estábamos en la plaza del Campidoglio, un año después de aquella noche de mayo.
Al lago de Matignano hemos vuelto dos meses después, el 9 de julio. Una celebración eucarística a la orilla del lago, donde Marco y Laura han testimoniado su amor y nos han llamado a todos y a todas como testigos de las promesas que han compartido. Ponerse en juego y exponerse con sus propios sentimientos es difícil, requiere coraje y tiene un efecto contagioso: todos a la orilla del lago se han puesto en juego, se han mirado por dentro y han superado el miedo a mostrar y contar las propias emociones. También Emanuele ha encontrado el valor para hacerlo:
“El amor es bello, parece una obviedad, pero a veces lo olvidamos o queremos olvidarlo, o buscamos ponerlo en un rincón en donde no podamos verlo. Queremos agradecer a Marco y a Laura porque hoy nos lo cuentan, nos lo hacen ver y lo comparten con todos nosotros. Y en la hipótesis de que exista un creador, pienso que hoy ha echado una mirada a las orillas de este lago y ha sonreído complacido de su creación”
Sí, en el lago de Martignano, aquel día Dios estaba presente; estaba allí, al lado de Emanuele, también aquella noche, dos meses atrás. Era el mismo Dios que un día escuchó el grito de dolor de un pueblo de esclavos y se puso a su lado para que rompieran las cadenas de la esclavitud y empezaran el camino arriesgado de la libertad.
También Emanuele tenía un grito de dolor ahogado en la garganta que dejar salir y una cadena que romper, la que le impedía ser él mismo hasta el fondo, vivir a la luz del sol sus sentimientos, dejar salir aquella parte de sí que la hipocresía de los bienpensantes de turno querría que se quedara escondida.
Aquel mismo mes de julio, algunos días después de la boda de Marco y Laura Emanuele se ha graduado. En su tesis de grado en ingeniería, bajo la palabra agradecimientos, estaba escrito:
“El recorrido universitario y el camino de la vida no pueden hacer otra cosa que entrelazarse. Esto es verdad para todos. En mi caso, más que en otros, muchas veces se han estrangulado el uno al otro; pero al final parece que muchos nudos se van desatando. Por eso deseo dar gracias a mi familia por el afecto infinito, por el apoyo que me han brindado y por aquel que me habrían dado si lo hubiese pedido.
Gracias a quien me ha sostenido y cuidado dándome la mano cuando más lo he necesitado. Sois mi fuerza. Gracias a quien ha creído en mí y ha sabido amarme cuando yo no sabía hacerlo. Sois mi orgullo. Gracias a quienes a pesar de todo me han mostrado la belleza, justo en donde no conseguía encontrarla. En fin, gracias a todos aquellos que me han visto por dentro y han continuado mirándome con los mismos ojos. Me habéis enseñado el verdadero significado de la palabra suerte. Y sin un poco de suerte no se puede ir a ninguna parte.”
7 de mayo de 2016. Gracias Emanuele por habernos regalado ese momento. Deja que la belleza que lograste ver dentro de ti brille por entero, para que ilumine tu vida y la de los otros y para que aquel Dios creador que has vislumbrado a la orilla del lago Martignano, al verla, sonría complacido de su creación.
* Dea Santonico es madre de un chico gay; pertenece a la comunidad de base de San Pablo en Roma (Italia) y a Parola e parole, un grupo de padres, parientes y amigos de personas LGTB nacido por iniciativa de la asociación Camini di Speranza
> Para leer el libro electrónico GRATIS “Padres afortunados. Vivir como creyentes la homosexualidad de los hijos”, haga clic aquí