E’ tempo di vegliare insieme per ricordare che “Dio non fa preferenze di persone” (Atti 10,34-35)
"En verdad me estoy dando cuenta de que Dios no tiene preferencia por las personas, sino que acoge a los que le temen y practican la justicia, sea cual sea el pueblo al que pertenezcan.(Hechos 10,34-35) es un versículo bíblico que contiene una revelación esencial del mensaje evangélico: la universalidad del amor y la justicia de Dios. Se vuelve particularmente relevante para todo aquel que se siente marginado, excluido o juzgado, ofreciendo una visión radical. acogida y dignidad incondicional.
una Dios que acoge a todos
El contexto de este versículo es emblemático: Pedro, en una visión, es llamado a derribar las barreras culturales y religiosas que separaban a los judíos de los gentiles (Hechos 10,28). Esta visión no es sólo una lección de inclusión étnica, sino una apertura universal: Dios llega a todos, sin excepción.
La referencia a que Dios no "prefiere a los hombres" nos recuerda también las palabras de Pablo en la Carta a los Gálatas: "Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Esta afirmación recuerda una realidad profunda: ante Dios lo que cuenta no son las categorías humanas, sino el corazón y la justicia de cada persona.
Un llamado para quienes se sienten marginados
Para aquellos que se sienten excluidos, juzgados o indignos, este versículo es una promesa de esperanza. Dios no mira lo que el mundo juzga a menudo: la apariencia, el estatus o la adherencia a los estándares humanos. Más bien, acoge con agrado a quienes "le temen y practican la justicia". Este tema también es central en el profeta Isaías: “Habitaré con el humilde y contrito de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y reavivar el corazón de los contritos.” (Isaías 57.15). Dios nunca abandona a los heridos o marginados, sino que los eleva y los acoge en su gracia.
Practicando la justicia
El llamado a "practicar la justicia" nos invita a reflexionar sobre lo que significa vivir en armonía con el mensaje evangélico. No se trata de ajustarse a códigos morales rígidos impuestos por los hombres, sino de adoptar un estilo de vida que ponga el amor, la compasión y la aceptación en el centro. El mismo Jesús, en el Evangelio de Mateo, nos recuerda: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”(Mateo 5.6). La justicia de Dios no es punitiva, sino reparadora: es una acción que reintegra, sana y dignifica.
Un mensaje de inclusión universal
Las Escrituras están llenas de imágenes de un Dios que derriba muros de exclusión y construye puentes. Pensemos en el Salmo 145: “El Señor sostiene a todos los que caen y levanta a todos los que están abatidos.” (Salmo 145.14). Este Dios no se detiene ante nuestras fragilidades, las etiquetas que el mundo nos asigna o las heridas que llevamos por dentro. Su acogida es total, sin reservas.
Una comunidad llamada a reflejar a Dios
Como comunidad cristiana, estamos llamados a reflejar esta acogida. No podemos permitir que los juicios humanos limiten la gracia divina. ElVigilias ecuménicas y cultos dedicados a este temason una oportunidad para recordarnos que la Iglesia no es un lugar de exclusión, sino un hogar para todos. El mismo Jesús, hablando a sus discípulos, afirma: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar.”(Mateo 11.28). Esta invitación no está dirigida a unos pocos elegidos, sino a todo aquel que lleva una carga en el corazón y busca consuelo.
El valor espiritual de encontrarse a uno mismo
Reunirnos para orar y meditar este versículo se convierte en un acto de testimonio: es declarar que la comunidad cristiana está llamada a ser reflejo de la justicia y del amor de Dios. Es un momento para reconocer que todos, independientemente de su historia, es acogido en la misma luz divina. Jesús nos enseña que “El amor de Dios es perfecto.(Mateo 5,48): un amor que incluye, sana y abraza cada corazón, sin excepciones.
Con este espíritu caminamos juntos, seguros de que el mensaje de Dios no conoce fronteras y que en su casa hay lugar para todos.