Estados Unidos: un presidente católico muy distinto al anterior
Reflexiones de Massimo Battaglio*
Con la toma de posesión de Biden en el Capitolio (¡por fin!), he oído suspiros de alivio pero, también, objeciones interesantes. ¿Cómo es posible —se preguntan algunos— que los presidentes de los Estados Unidos sean todos creyentes? ¿No será que, en el fondo, los elige el Vaticano?
¡No, un momento! Los presidentes estadounidenses, por lo general, creen en Dios. Es diferente.
Para empezar, Dios y el Vaticano son cosas bien distintas. Y lo que es más importante, sin duda hay más fe per cápita en Estados Unidos que dentro de las murallas leoninas.
En Estados Unidos se da un fenómeno que a nosotros nos parece extraño, y es que nadie ha sentido nunca la necesidad de poner en tela de juicio la existencia de Dios. Los estadounidenses pueden convivir tranquilamente con la idea de Dios sin sentirse
«medievales» (quizá también porque la América que conocemos actualmente no existía en la Edad Media), y saben distinguir perfectamente entre esfera laica y esfera religiosa.
El pensamiento ateo no es estadounidense. De hecho, nace en Europa y es, en gran medida, una respuesta radical a las injerencias eclesiásticas en los ámbitos político, económico y moral. Injerencias que en Estados Unidos no ocurren porque las iglesias estadounidenses no son tan potentes como las nuestras.
Por supuesto, también en los Estados Unidos existe una «derecha católica» que, en determinados momentos, puede incluso llegar a ser mayoritaria. Pero, claramente, es solo una de las posturas posibles, reconocidamente integrista y tolerada como se toleran las ideas de todos. No adherirse a ella —es más, ignorarla y seguir siendo creyente— es totalmente normal.
Dicho en términos menos serios, Dios, para los estadounidenses, no es ni católico, ni protestante, ni judío o ni siquiera inexistente. Según ellos, Dios existe y es estadounidense. Es un elemento de unidad nacional en el que todos están de acuerdo, como lo estamos los italianos cuando juega la selección. Puede que no sea algo muy apropiado desde el punto de vista teológico-pastoral, pero sirve para explicar las referencias a Dios, ya sea en los discursos de Trump o en las canciones de Bruce Springsteen.
¿Tiene todo esto algo que ver con la relación fe-homosexualidad?
Puede que no, al menos de manera directa. Pero la extraña fe de los estadounidenses me provoca algunas reflexiones que, al fin y al cabo, también tienen que ver con mi naturaleza de gay cristiano. Por ejemplo, me hace pensar que es posible creer en Dios, sentirlo cerca e incluso rezarle públicamente, como hizo Lady Gaga, sin que cada uno de nuestros comportamientos haya de respetar necesariamente los artículos del Catecismo.
Sin duda, necesitamos una fe un poco más «natural», menos superestructurada y, por tanto, más sólida. Hay que pasar de la lógica de ser creyentes en el sentido de pertenecer a un grupo (que a menudo es solo el de los no ateos), a la lógica de sentirse simplemente hijos de Dios. Una vez adquirida esta conciencia, resulta más fácil comprender que la conciencia de cada uno —de cada hijo de Dios— es más importante que las apostillas a las circulares para los hijos de los obispos. Y, de esta manera, se vuelve fundamental la formación de una conciencia personal libre, iluminada por Su Palabra —y poco más— adaptada a la especificidad de nuestra vida. Es difícil pero es un reto interesante.
Otro desafío aún más radical: Dios no nos pide a todos que nos convirtamos en maestros de la fe. De hecho, ni siquiera la distribuye de manera uniforme. A algunos les da más, a otros menos. A algunos, como yo, nos da muy poquita, confiando en que los demás nos ayuden con la suya.
La fe es importante, pero no proporciona por sí misma la solución a todos los problemas. El primer mandamiento que Dios nos ha dado siempre es: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra» (Gn. 1.28). Nos da la enorme responsabilidad de continuar la Creación. Pero no nos dice cómo arar la tierra, ni cuántas semillas poner, ni tampoco que comprobemos que tenga el imprimátur del Santo Oficio. Él nos otorga la creatividad y desea que la utilicemos.
En el proyecto creador que Dios nos tiene preparado, hay también otras virtudes: la esperanza, la caridad… sobre todo la caridad. No son cosas que se contradigan, desde luego: la caridad y la esperanza no deben limitar la fe, sino, a lo sumo, originarse en ella y completarla. Pero llegar a través de la fe a prohibir el amor a los demás, me plantea una última pregunta: ¿de qué fe estamos hablando?
* Traducción del italiano: Eduardo García Ligero, Sara Hamed Mejías, Sofía Lario Domenech, Irene López Gordillo, Nazaret Pitel Gómez, Susana Ruiz Romero. Revisión: Estefanía Flores Acuña.