Los colectivos de creyentes homosexuales. Conocer a los demás para encontrarse a uno mismo
Desde principios de los años ochenta los cristianos homosexuales en Italia se han reunido en colectivos que han sido y siguen siendo lugares de acogida, confrontación y elaboración de una ética del comportamiento para la que los catecismos y los profesores de ética no han sido nunca de mucha ayuda.
Desde que su existencia salió a la luz de diversas formas, estos colectivos han sido a menudo objeto de acusaciones varias por parte del mundo católico y de la prensa que lo representa.
Se ha afirmado que habían surgido para presionar al Magisterio de la Iglesia con el propósito de obligar a la Autoridad Pastoral a cambiar las “reglas”, lo cual, teniendo en cuenta la magnitud de ambos contendientes, resulta patético.
También se ha dicho que no ayudan al homosexual a establecer una relación equilibrada con los demás ya que lo encierran en un gueto, e incluso, alimentan un comportamiento esquizofrénico. Por mi experiencia, puedo desmentir tranquilamente estos miedos, sobre todo el tercero, que es el único que merece en realidad ser tomado en serio. Lo que ocurre, de hecho, es justo lo contrario.
El homosexual aislado, que vive con miedo y en la clandestinidad, llega con facilidad a caer en el equívoco de que todo lo que no va bien en su vida social es culpa de su homosexualidad y del rechazo de los demás: de aquí el riesgo de que se produzca un comportamiento sistemático de “victimismo”, o al contrario, de “exhibicionismo” provocador, lo cual verdaderamente puede crear un círculo perverso que no le permita construir relaciones sanas y auténticas.
En estos casos la homosexualidad funciona como un pretexto, una máscara que cubre las carencias en las relaciones, los defectos, el humor mal controlado y toda una serie de defectos que crean infelicidad.
Cuando se está entre otros homosexuales, en un ambiente de confrontación donde la persona se muestra tal y como es y con aquello que puede ofrecer, el homosexual se da cuenta de que permanecen sus defectos e incomodidades; es entonces cuando comienza a pensar que el problema quizás no es la homosexualidad, sino que está en él y es él quien tiene que resolverlo, sin culpabilizar a la “sociedad” y sin delegar a los demás la salida o no del túnel.
Para llevar a cabo esta operación de lucidez sobre uno mismo hace falta, por tanto, una atmósfera acogedora, la cual es muy distinta del ambiente tolerante o cómplice. En Fonte (el colectivo de creyentes homosexuales fundado por don Pezzini en Milán) no se habla única y exclusivamente de homosexualidad. Al contrario, ponemos en contacto a la persona con su interior, el cual comprende riquezas y defectos, maravillas y miserias.
El compartir una condición psicoafectiva no significa que todos sean iguales; si alguien llega en algún momento con esta ilusión, la pierde enseguida. El ser un colectivo de homosexuales permite sin duda dar algunas cosas por supuestas y compartidas, aunque esto no elimina nada de lo que hace de cada persona una realidad única y original.
Se ha afirmado muchas veces que el colectivo funciona como “escuela de relaciones”, igual que una familia, donde se debe aprender a convivir y a apreciarse recíprocamente. “En el colectivo he aprendido a ser tolerante”, dijo una vez uno de ellos.
En efecto, la fuerza y el valor del colectivo se miden, como en cualquier buena relación, en la capacidad que tiene el grupo, a través de todos aquellos que lo componen, de dirigir y superar los conflictos inevitables que surgen entre personas quizás también un poco más susceptibles que otras.
La acogida no es necesariamente tarea solo de un colectivo de cristianos homosexuales, lugar por otra parte de gran eficacia, si funciona. Más allá del grupo, que no puede o no debe convertirse nunca en la única realidad en la que la persona homosexual se siente bien, se me ocurren principalmente otros dos ambientes más naturales y amplios donde se debe realizar la acogida: la familia y la parroquia, quizás más la segunda que la primera, por el hecho de que el ambiente aquí es, o debería ser, más extenso y articulado, sin esas limitaciones afectivas que a veces hacen muy difícil el discurso en familia.
Esto conlleva, por ejemplo, que en la catequesis, a partir del momento en que se afronta el discurso sobre la sexualidad, haya también espacio para la homosexualidad, no, como se dice a veces, una “simple variable” de la sexualidad, como si fuese un coqueteo opcional, sino simplemente porque es una condición que existe, que tiene dignidad, recorrido vocacional y porque es totalmente posible que entre los chicos y las chicas del oratorio haya alguno que sea homosexual, y no debe sentirse obligado a marcharse por la obstinación del cura o por los chistes idiotas de los compañeros.
En la familia queda también un importante trabajo por realizar. Las reacciones más corrientes cuando un chico o una chica declara su homosexualidad en casa (y sucede cada vez más a menudo) son el pánico y el rechazo, el sentimiento de culpa ante lo que se tiende a interpretar como un fracaso en la educación, y la correspondiente intención de correr a repararlo, llamando al psicólogo o al cura, o cerrando todas las puertas al chico.
Desde mi experiencia, creo que debo decir que todavía queda un gran trabajo de “iluminación” por hacer. Parecerá imposible, pero aún hay quien piensa que todos los homosexuales son llamativamente afeminados, quien confunde homosexual con transexual, quien relaciona la homosexualidad con la prostitución y el sida, o simplemente con la pedofilia.
Es preciso ante todo tranquilizarse, dejando de buscar el “dónde me he equivocado”, o el comportamiento de quien hace como que no ve. Considero que cuando un joven llega a decir a los suyos que es homosexual normalmente ya ha realizado un camino de autoaceptación, en general doloroso, y que por lo menos hay que tomarlo en serio.
Conocerse y hablarse, con franqueza y sencillez: este es nuestro objetivo. El “gueto” no es precisamente nuestro ideal: ¡hay ya demasiados en nuestra sociedad! Parece necesario un momento en el que, entre “iguales”, se tome conciencia de la propia identidad y se ayude a hacerla madurar positivamente. Pero esta es solo una fase más del camino hacia el crecimiento que cada uno debe recorrer.
Además (esperamos pronto, aunque ya hemos empezado), quisiéramos encontrarnos con amigos y familiares para hablar y descubrir juntos cómo llegar a ser “personas” capaces de tener relaciones sanas y fértiles. Resultaría cómico, o patético, pensar en realizar este ideal cerrándose en banda solo entre iguales, o presuntos iguales.
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