Salir del armario: un sacramento para las personas homosexuales
Texto de Chris Glaser*, extraído de Coming out as sacrament, Westminster John Knox Press, enero 1998, pp. 1-17.
En la Iglesia de los primeros años había por lo menos 150 sacramentos. Por ejemplo, el lavatorio de los pies, practicado todavía por algunas Iglesias, cuyo fin principal era afirmar la naturaleza sagrada que puede asumir cada uno de los aspectos de nuestra existencia.Siete fueron los sacramentos elegidos por la Iglesia en los años posteriores, porque el número siete simbolizaba la perfección y la plenitud.
Pero, sea cual sea el número de sacramentos que se celebren, los cristianos están de acuerdo en el hecho de que Dios está presente en el sacramento al igual que lo está en las Escrituras.
El culto incluye tanto la palabra como el sacramento, la palabra escrita e interpretada (escritura, sermón, predicación, canciones) o la palabra ritualizada de los sacramentos (comunión y bautismo). Un sacramento ritual, podríamos añadir, es un acontecimiento sensual y espiritual, que nos recuerda que la espiritualidad no puede prescindir del cuerpo.
El sacramento nos abre las puertas a una faceta espiritual de la vida de un modo tangible y táctil.
La vida de la fe se expresa también a través de los rituales, como la tradición nos enseña, es decir, mediante acciones específicas que nos afectan de manera somática y corporal.
La palabra y el sacramento son los dos brazos abiertos con los que Dios nos rodea y nos acoge a todos, también a las personas homosexuales que, por el contrario, han experimentado los sacramentos como una forma de abuso espiritual, una invitación a esconderse más que a abrirse al cuerpo de Cristo, a la comunidad.
Un rito sagrado de la tradición religiosa es también una forma de revivir un acontecimiento en el que lo divino se reveló a nuestros predecesores, haciendo presente la gracia divina en nuestras dificultades actuales.
En la tradición judía y cristiana, los ritos son el medio por el cual se revive, se recuerda o se vuelve a interpretar un acontecimiento que nos redimió, un momento en el que la presencia de Dios nos liberó y nos salvó.
Los judíos celebran la Pascua para recordar la liberación de la esclavitud de Egipto; los cristianos celebran la Santa Cena para conmemorar la presencia salvadora de Jesús, que nos liberó de la ley, del pecado y de la muerte.
Un sacramento manifiesta la gracia invisible de Dios, representando por tanto una expresión objetiva del amor incondicional de Dios, pero también una experiencia subjetiva de ese amor a todos los que participan y creen en esos ritos.
Sin embargo, el sacramento no representa solamente un acontecimiento pasado o la gracia divina en el presente. Sirve también para recordar la venida del Reino de Dios a nuestras vidas, adelantándose al futuro.
Por ejemplo, con el gesto de la paz raramente representamos una realidad efectiva, la de una Iglesia en comunión de amor, pero nos recuerda que el perdón recíproco es necesario para poder hacer realidad el Reino de Dios.
El pasado, el presente y el futuro se manifiestan de esta manera en la celebración del sacramento. Y hay además otros acontecimientos que pueden transformarse en sacramentos.
Durante la celebración de un culto en 1986, asistí a una representación conmovedora sobre el apartheid en Sudáfrica.
Durante su desarrollo me senté a pensar y consideré la importancia de los funerales como sacramento para los negros de Sudáfrica durante la época del apartheid.
Durante el régimen segregacionista, de hecho, sus asambleas estaban prohibidas. De esta manera, los funerales de las personas que morían como mártires por la causa de la liberación representaron la oportunidad de unir a las personas de sus comunidades, dando de esta manera un sentido de victoria anticipada en medio de la niebla de la derrota del momento.
Durante el culto me di cuenta de la presencia de otros sacramentos no convencionales: espirituales, canciones gospel, jazz y danza que servían sin duda como revelación de lo sagrado a las almas de muchos negros.
Las marchas por los derechos civiles también actuaron como acontecimientos sagrados, revelando la presencia de lo divino en las minorías.
El genocidio de los judíos durante la época nazi, bautizado rápidamente con el nombre de Holocausto, es decir, sacrificio, atribuyó por ejemplo un significado sagrado a la muerte de cada uno de los judíos. A la luz de todo esto, comencé a pensar en cuál podía ser el sacramento específico para los homosexuales.
¿Quizás la sexualidad? ¿O la creatividad con la cual muchos de nosotros hemos contribuido al desarrollo de las artes humanas? ¿Quizás los funerales con los cuales conmemorábamos, como los negros de Sudáfrica, a nuestros muertos a causa del sida? ¿Quizás la ordenación de pastores y pastoras homosexuales?
Fue una amiga mía, Pat Hoffman, la que me ayudó durante nuestro estudio bíblico de los jueves. Esa tarde me dijo que había quedado muy impresionada después del encuentro, y que quizás el sacramento de los homosexuales era «la capacidad de dejar ver al otro la propia vulnerabilidad», es decir, la experiencia de la verdadera comunión en la cual ofrecíamos nuestro verdadero yo.
Igual que Jesús se ofreció a sí mismo en la más completa vulnerabilidad, también nosotros nos ofrecíamos, a pesar de los riesgos. Ser abiertos y vulnerables podía interpretarse como una forma de debilidad, pero en realidad demostraba nuestra fuerza.
Algunos años más tarde, repasando un sermón en el cual había utilizado las ideas que me había inspirado mi amiga, fui capaz de concluir una consecuencia lógica: nuestro sacramento específico era el hecho de salir del armario, un rito de vulnerabilidad que revela lo sagrado en nuestras vidas, nuestra dignidad, el amor, la capacidad de crear amor, nuestra forma de ser comunidad, nuestro sentido y nuestro Dios.
Salir del armario no es solo un sacramento que puede compartirse con el resto de la comunidad, sino que requiere al mismo tiempo la fe de los que son beneficiarios de él.
Tal y como la naturaleza sagrada de un sacramento no puede imponerse a nadie que no crea en su eficacia, salir del armario requiere cooperación y fe en sus efectos.
Y esto es así no solo para los que salen del armario, sino también para los otros participantes: un sacramento comunica lo sagrado y una comunicación efectiva implica dar y recibir. Como ocurre con todos los sacramentos, no todos comparten el mismo nivel de fe.
A propósito de la Santa Cena, el apóstol Pablo declaró: «quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor» (1 Corintios 11, 27).
Unas líneas más adelante, explica el significado de «indignamente», en el sentido de «sin discernir el cuerpo», es decir, la comunidad y nuestra relación con los demás.
Por tanto, podemos afirmar que los que no acogen la salida del armario de otra persona lo reciben de manera indigna, sin discernir el don sagrado o el sagrado parentesco con la persona que se ofrece a sí misma, un rechazo que es causa de dolor.
Además, el hecho de salir del armario promete una nueva vida y nuevas relaciones, al igual que sucede con otros sacramentos.
El proyecto Lazarus, que yo dirijo, se inspira justamente en la figura de Lázaro, a quien Jesús devolvió a la vida después de haber muerto. Jesús se movía por el amor profundo que sentía por su amigo, por el afecto y por la fe de las hermanas de Lázaro, Marta y María, tan turbadas en su ánimo, que rompieron a llorar.
Jesús llamó a los vecinos de Lázaro para quitar la piedra del sepulcro y retirar las vendas de su sudario; después, le ordenó que saliera.
Lázaro experimentó una vuelta a la vida y un renacimiento de sus relaciones con sus hermanas y sus amigos, además de una comunión renovada con Jesús.
En su significado mejor y más profundo, salir del armario significa de hecho una nueva vida, nuevas relaciones, el inicio de una nueva comunidad y una mayor intimidad con Dios.
Como sucede con otros sacramentos, salir del armario no es un acontecimiento puntual, sino un sacramento que requiere una repetición, como la comunión, la confirmación o el bautismo.
Salir del armario es un proceso que dura toda la vida, no solamente por el hecho de que siempre hay nuevas vidas a las que revelar lo sagrado de nuestra existencia, sino también porque superar todos los obstáculos que nos impiden celebrar nuestra «santidad» lleva años.
Nuestra salida del armario, a la vez, invita a los demás a revelarse en su propia autenticidad, a arriesgar la apertura a la intimidad.
Salir del armario tiene profundas similitudes con los otros siete sacramentos de la tradición cristiana: el bautismo, la reconciliación o confesión de los pecados, la confirmación, la unción de los enfermos o extremaunción, la consagración, el matrimonio y la Eucaristía.
Estos siete sacramentos pueden agruparse a su vez en tres categorías: la iniciación (bautismo, confirmación, comunión), la vocación y la llamada (ordenación y matrimonio), la santificación y reconciliación (unción de los enfermos, confesión).
Salir del armario comparte con el bautismo el hecho de que morimos en la vieja vida para renacer a una nueva.
Somos elevados a una vida de mayor integridad. Integridad personal, porque nos armoniza con lo que somos, decimos, creemos, pensamos, sentimos y hacemos; integridad espiritual, porque armoniza nuestra integridad personal con la integridad de Dios, alineando nuestra voluntad con la Suya y comprendiéndola.
Salir del armario es también una reconciliación, en el momento en que nos arrepentimos de haber permanecido escondidos y de la gran cantidad de aspectos pecaminosos que acompañan a este hecho, como el rechazo del don de la sexualidad que Dios nos ha regalado, la práctica de una conducta hipócrita o la explotación sexual.
Esto implica también un acto de penitencia en el momento en que aceptamos el don de la sexualidad que Dios nos ha regalado, comportándonos honestamente y restableciendo una correcta relación con los demás.
El hecho de salir del armario invita también a las personas a arrepentirse de su homofobia. No esconder nuestra luz representa un camino de redención también para el prójimo, en la medida en que lo reconciliamos con nosotros.
Salir del armario es también un signo de confirmación y afirmación de ser LGBT y ciudadanos como los demás en la comunidad de Dios.
Sirve además como asentimiento personal a algo que Dios hizo mucho antes de que naciéramos, tal y como dice el salmista: “Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre” (Salmo 139, 13 b).
Salir del armario no responde a todas nuestras preguntas sobre por qué somos homosexuales ni disipa todas las dudas sobre nuestra dignidad, al igual que la confirmación tampoco responde a todas las preguntas y dudas de otros fieles.
Sin embargo, salir del armario nos santifica, como sucede con la unción de los enfermos, y puede curar a los demás de su sexismo heterosexual. También está relacionado con la consagración de un servicio a Dios.
Muchos de nosotros hemos sentido la llamada de Dios para ponernos a su servicio o buscar su justicia como voluntarios.
Muchos pastores y pastoras homosexuales, trabajadores sociales, terapeutas, doctores y maestros me han dicho que tomar conciencia de su marginación les ha conducido a ayudar a la gente.
Salir del armario está también estrechamente relacionado con el matrimonio, porque ambos sirven como vehículo sacramental de lo divino.
Salir del armario, al igual que sucede con el matrimonio, hace posibles las relaciones de cualquier tipo a través de la unión recíproca y compartida de dos amantes que se prometen su amor futuro y presente.
* Chris Glaser es un activista de la Iglesia Presbiteriana, consagrado en la Metropolitan Community Church, después de haber crecido en la Iglesia Bautista.
Texto italiano: Il sacramento del Coming out per le persone omosessuali