Ser homosexual en la iglesia hoy: descubrirme con angustia (construir el armario)
Antonio Cosías Gila, Cristianxs LGBT+H de Sevilla (Espana), primera parte
San Ignacio dice que “Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta para acercarse y llegar a su Criador y Señor; y cuanto más así se allega, más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma bondad“. Esto es precisamente lo que voy a narrar.
1. DESCUBRIRME CON ANGUSTIA (CONSTRUIR EL ARMARIO)
Una pregunta que me hacen muchas veces es cuándo me di cuenta de que era homosexual. En realidad fui siendo confusamente consciente de que sentía atracción por los de mi mismo sexo sobre los siete años, pero entonces no tenía ni idea de que existiese esa palabra: la palabra homosexual. Tampoco recuerdo el término gay. Para mí los chicos que actuaban atraídos por otros chicos eran simplemente maricas. O maricones, como decía mi abuelo cada vez que salía en la tele en blanco y negro algún personaje ambiguo de la época.
El lenguaje ofensivo que escuchaba alrededor fue marcando el temor a contar lo que sentía en cuanto a mi afectividad e identidad sexual. Estaba muy confuso pero era incapaz de pedir ayuda. Por supuesto me daba miedo confesarlo en casa, por ese pánico que nunca en muchos años terminó de despegarse de mí: temor al rechazo, a ser apartado, a ser tratado como un enfermo o un vicioso. Perder el amor de mi familia, el aprecio de mis amigos o ser objeto de insultos, exclusión, desprecio e incluso miedo también a recibir agresiones físicas por ser gay, tal como había podido ver que les sucedía a otros chicos del colegio, del barrio, hijos de amigos de la familia, etc.
Mi familia es creyente, y he sido educado como cristiano. Mi fe de esos años se construyó en base a una educación religiosa en la que cualquier persona como yo estaba predestinada al infierno. Excepto si lograba apartar a un lado esos sentimientos impuros y deseos pecaminosos algo que no podía evitar, como no podía dejar de tener los ojos azules, o bien me arrepentía de corazón y rogaba a Dios que me ayudase a eludir ser así lo cual hacía con frecuencia siendo el fondo recurrente de mi oración a lo largo de muchos años.
De mi niñez tengo recuerdos de angustia, de vivir en continua alerta y de ir concibiendo capacidades para eludir cualquier intento de que alguien pudiera conocer mi interior, lo que de verdad era, vivía y sentía; y también de temor en cuanto a mi relación con Dios. Poco a poco iba construyendo un refugio que después supe que se llamaba armario. En él tendría que esconder mi auténtico yo. Allí cogería las diferentes caretas que fuera necesitando para poder evitar que nadie supiese que era diferente.
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