Sueño de esa Iglesia inclusiva que no cierra la mesa del Señor a nadie quien se acerque con fe
Reflexiones de Teresa (Sudamérica)
Dios me creó mujer. Me creó, estoy convencida, sabiendo lo que hacía. Me creó lesbiana. Me creó con ganas de mostrar Su amor a las mujeres con todas sus facetas, y la amistad a los hombres. Estoy muy contenta de cómo me creó.
Me reconozco como creada así, no opté por ser lesbiana. Tal como no opté ser mujer. Ambos son un dado a través del cual y con el cual Dios me llama a construir.
Siendo lesbiana, el rechazo de la doctrina de la iglesia católica a mi forma de amar y vivir una entrega completa e integral es lo más doloroso que vivo como miembro de esa misma iglesia – tal vez solamente equiparado con el constante desafío de vivir mi vocación de mujer activa y pensante en ella, a quien no solamente está vetado un sacramento, sino también, la participación activa y simbólica en el kerygma, el anuncio del evangelio.
Siendo lesbiana, la única posibilidad que tengo para vivir mi vocación de amor, entrega y vida en comunidad es violando los preceptos de la Iglesia en esta materia. Sí comulgo plenamente con los principios de ésta: el amor, la fidelidad, la fecundidad, el apoyo mutuo, la denegación de sí mismo en virtud del bien común y del bien de quienes están a nuestro cuidado.
Es solo en las instrucciones de cómo implementar estos principios que mi conciencia no me permite aceptar todas las enseñanzas, ya que éstas se contraponen a la fiel y generosa aplicación de estos mismos principios, o por lo menos, no son lo que más me parece llevar a una vida en amor y caridad. Es un llamado de mi conciencia vivir esta gracia, este regalo de Dios que es mi sexualidad lesbiana, honrando la manera en que Dios me ha creado, y el Espíritu me inspira.
Me parecería un absurdo que las personas homosexuales no tuviéramos ninguna opción de vocación que la vida personal en soledad, negando cualquier vocación a la comunidad íntima o de convivencia. Me parecería más bien una forma de vida profundamente anticristiana.
En ese respecto, lo percibo profundamente violatorio de mi conciencia si la enseñanza de la iglesia propone separar los “actos” de la “orientación” o “condición” homosexuales, ya que así se impide el desarrollo integral y pleno de mi persona ante Dios y el mundo.
En todo otro aspecto de conciencia, los actos responsables son la consecuencia visible, exigida y testimonial de mi vocación como cristiana; así por ejemplo en el trabajo, en la relación con el dinero, con los pobres. ¿Por qué sería distinto para mi sexualidad? Es una contradicción que mi conciencia no puede aceptar.
Los pronunciamientos del último papa (Benedicto XVI) han agudizado este sentido de rechazo, vetando no solamente la vida en pareja, sino también las vocaciones religiosas y de vida en comunidad, además que a las mujeres lesbianas, les está vetado el sacerdocio por ser mujeres. El Evangelio me indica otro camino. No estoy llamada a una vida solitaria, sino, a una vida en comunidad, fidelidad, fecundidad y entrega.
La interiorización de los preceptos de la doctrina, su rechazo a la homosexualidad y el temor de la soledad me han impedido por años asumir mi verdadera vocación ante Dios, a saber, vivir en veracidad la manera en que Él me creó como persona homosexual.
Confiando en la gracia de Dios, quiero poder responder generosamente a este llamado y poder comprometerme con una mujer en fidelidad, entrega a la sociedad y a quienes estén a nuestro cuidado, en apoyo mutuo y fecundidad en la proclamación del Reino de Dios, siguiendo participando en el pueblo de Dios a través de los sacramentos que nos son fortalecimiento en el camino, y signo real del Dios vivo.
Desde la Iglesia, fue un hito fundamental para poder sentirme más parte de ella, un espacio de encuentro pastoral en la fe, con personas que pueden ver la riqueza de la creación de Dios en como soy y como amo. Es allí donde pueden sanarse las heridas del rechazo, de la discriminación.
Es allí también donde la vivencia de la comunidad puede echar nuevas raíces, confirmarse el llamado de Dios a la veracidad y transparencia, y apoyarse el proceso de asumirse ante la familia, los amigos, la comunidad cristiana y el trabajo – procesos complejos, con múltiples desafíos y en una sociedad homofóbica, nada fáciles.
Esos procesos se convierten, confío, si son llevados adelante con caridad y cariño, en el testimonio profético de un Dios cuyo amor rompe cadenas, esquemas y temores, hace 2000 años y hoy. Sueño que esta acogida pastoral no solamente abra puertas para las personas LGBTI, sus padres y madres, sino también dentro de quienes se han declarado los guardianes de la doctrina de la Iglesia.
Que puedan ver la riqueza del amor de Dios que no se limita a las categorías mayoritarias u obvias, sino, cuando hay amor, caridad, fidelidad, humildad, entrega y apoyo mutuo, también se muestra en las parejas lesbianas y homosexuales.
El Pueblo de Dios a veces parece ver a esta riqueza más claramente, como indican las respuestas a la “encuesta sobre familia” del Papa Francisco que se han ido publicando o filtrando en estos meses.
Tengo la esperanza que el sínodo de la familia en octubre del 2014 pueda acoger nuestra experiencia, nuestro testimonio, nuestra pasión por el Reino de Dios. Estoy convencida que Dios quiere una Iglesia inclusiva.
Me alegra de sobremanera cada paso que nos acerque a este sueño. No solamente para las personas de la diversidad sexual como yo, sino también: hombres y mujeres; jóvenes y ancianos; educados formalmente y educados por la vida; “discapacitados” o no; de todas las razas y étnias.
Sueño de esa Iglesia inclusiva que no cierra la mesa del Señor a nadie quien se acerque con fe, hambre y generosidad para recibir el regalo que le espera, para acompañarle en su camino hacia el Padre.